Yo me enganché a la lectura más bien tarde, bajo la insistencia de personas a las que nunca estaré lo suficientemente agradecida. Recuerdo tres libros en mi infancia: La Historia Interminable, Momo y Matilda. Estas tres novelas hicieron que descubriera la grandeza y magnitud de la literatura, y de los tres guardo un cariño y admiración enormes. Hay que tener en cuenta que dos de las tres son de el gran Michael Ende, lo que ya deja entrever por donde van los tiros…
El Señor Koreander apenas aparece en unos pocos párrafos en el primer capítulo de La Hisotira Interminable, pero a mi siempre me ha fascinado.
No sé porqué, pero siempre me he imaginado a Michael Ende como el propio Koreander, un gruñón de buen corazón, un solitario lleno de imaginación y rodeado de sus libros. No lo sé, siempre cuando empiezo a leer La Historia Interminable y aparece el Señor Koreander me emociono.
«Mira chico, yo no puedo soportar a los niños. Ya sé que está de moda hacer muchos aspavientos cuando se trata de vosotros… ¡Pero eso no reza conmigo! No me gustan los niños en absoluto. Para mí no son más que unos estúpidos llorones y unos pesados que lo destrozan todo, manchan los libros de mermelada y les rasgan las páginas y a los que les importa un pimiento que los mayores tengan también sus preocupaciones y sus problemas. Te lo digo sólo para que sepas a qué atenerte. Además, no tengo libros para niños y los otros no te los vendo. ¿Está claro?»
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